<<~ LA ARITMÉTICA EN LA PREHISTORIA
Creatividad del homo
Faltaban unas tres horas para el amanecer. El ambiente en el poblado durante los últimos días había sido extraordinario. Los preparativos para la reunión de los clanes les habían envuelto en una frenética actividad en la que participaban la totalidad de sus miembros, hasta los más pequeños…
Se hallaban poseídos de una alegría incontenible que les proporcionaban fuerzas adicionales para abordar las pesadas tareas habituales además del sinfín de trabajos añadidos que imponía la nueva situación. El deambular de la gente parecía caótico.
No obstante, esta impresión en realidad era falsa, puesto que no les quedaba tiempo para realizar ni un solo movimiento innecesario… Pero a estas horas de la madrugada la paz general era total y creaba un extraño contraste con el bullicio del día anterior.
La fresca temperatura del ambiente, la especial cualidad de la incipiente luz y, sobre todo, el murmullo del río próximo que acentuaba el impresionante silencio reinante, creaban una sensación de irrealidad. Una irrealidad que arrastraba las conciencias a la meditación y sumía al ser completo en la expectativa de ese soberbio espectáculo que, sin tardanza, iba a desplegar la Naturaleza…
Daarko, sin poderlo definir con claridad, se bañaba en estas sensaciones: sentía que la vida se agitaba en sus venas, en su corazón y en su mente.
El joven, desde su particular atalaya, fijos sus ojos en la cadena montañosa que se ofrecía, seductora, como horizonte, se recreaba en la contemplación de lo que aún no era más que una promesa.
Pero Daarko, en realidad, no estaba absorto solo por este motivo. Su actitud era más el reflejo del estado interior que le poseía. Estaba anclado en el mar de sus pensamientos a la espera de una ola de agua clarividente. Ola que le mostrara lo que tenía agazapado en su cerebro, cual felino al acecho, inmóvil, expectante: llevaba mucho tiempo obsesionado por una imprecisa pero pertinaz idea que no le dejaba descansar.
Los moradores del clan consideraban, sin dudarlo, que el muchacho era un tanto extraño. Con mucha frecuencia se le veía detenerse en su labor y dejar la vista prendida, ‘suspendida’ decían, en algún indefinido punto de algún indefinible mundo interior.
-¿Qué, Daarko, dormido de pie y con los ojos abiertos?
-No, es que estaba pensando –era su respuesta habitual
Todos le estimaban, y admiraban que de aquel joven ensimismado salieran, como por arte de encantamiento, un sinfín de artilugios de lo más práctico. Ejemplos como el consistente en dos piedras, una acanalada y otra basculante, que permitiera moler todo tipo de grano, en un tiempo y esfuerzo mucho menor que con cualquier otro procedimiento. O el que permitía que con una serie interminable de cañas partidas en toda su longitud y un conjunto de recipientes intermedios, pudiese canalizar agua desde el arroyo próximo hasta la casa de sus padres.
Ahora, Daarko no se enajenaba por sutilezas espirituales, pues no existía un ambiente que lo propiciara en esa época y ese lugar. Sino que su mente estaba enfrascada en asuntos prácticos para lograr resolver alguna de las dificultades que se le planteaban a diario. En esta deliciosa madrugada, Daarko se había levantado, a pesar del cansancio acumulado por el ajetreo de los preparativos. No podía dormir desvelado por la inquietud que le mordía las entrañas, obligándole a permanecer en guardia.
¿Qué es lo que inquietaba a Daarko?
Se trataba de algo de cariz material. A Daarko le mortificaba emplear tanto tiempo en los asuntos del trueque, tan frecuente entre su gente. Esto ocurría cada vez que se tenía que cambiar un grupo de ovejas por unos sacos de trigo, o una cierta cantidad de trigo por otra mercancía, que debía pactarse por anticipado.
A pequeña escala esto no tenía más importancia. Pero llegado el momento, cuando las cantidades a mover eran considerables -como ocurría con frecuencia- ya no era tan sencillo.
Los objetos tenían que ser trasladados a gran distancia para confirmar la aceptación de la operación. Entonces, el asunto ya no era ni fácil ni agradable y, además, resultaba costoso por la pérdida que representaba si la operación no llegaba a buen término. En ese caso, había que volver con el cargamento intacto, lo que no se lograba con facilidad.
-Tengo que hablar con Krould sobre este asunto –meditó-, entre ambos tal vez seamos capaces de hallar una solución.
Daarko sabía que su amigo no compartiera la totalidad de sus preocupaciones. Pero sí era una persona capaz de comprenderle e incluso aportar puntos de vista diferentes a los suyos. Luego, él los desarrollaba para hallar lo que buscaba.
Para Krould, lo más propio era abordar asuntos en los que interviniese el esfuerzo físico. Su talante intelectual tenía el mayor sentido práctico que se pueda imaginar. Amante de la caza y la labranza, había resuelto infinidad de cuestiones relacionadas con ellas. Sabía fabricar arcos y flechas como nadie y los arados que salían de sus manos eran admirados. La comunidad en pleno lo alababa debido a las constantes mejoras que aportaba.
Lo cierto es que los dos amigos estaban dotados de una curiosidad incontenible hacia las cosas de la naturaleza. Ambos poseían una gran capacidad creativa. Tenían lo que podríamos calificar como aguda inteligencia.
La actitud de Daarko era más sintetizadora, estaba más interesado en aglutinar multitud de variables en una sola. Krould captaba de inmediato la forma de utilizar cualquier hallazgo para lograr simplificar las tareas pesadas. Ellos no tenían noción de las cualidades de que estaban dotados, pero el tiempo les mostraría su auténtica dimensión.
Antes de que el Sol curioseara por encima del caprichoso perfil de las montañas, la luz de la alborada ya se había hecho patente. Los contornos se hacían más nítidos y más entrañable el cuadro que iba manifestándose cada vez con más rapidez.
Ahora sí, al muchacho se le hizo consciente lo que se avecinaba. Olvidó la preocupación que le absorbía hacía unos momentos. Asumió la inquietud que le dejaba el tiempo a su paso y se dejó llevar.
Daarko se enfrentó al inmenso firmamento, tapizado de cuantos tonos e intensidades de color se pudiera imaginar. Se recreó en el profundo gozo del que iba a ser único dueño durante pocos instantes.
A medida que esas sobrecogedoras impresiones espirituales se le ofrecían al joven, el sonido del borboteo del río se difuminaba, superado por las mil vocecillas entrecortadas e inquietas de los pájaros.
El poblado entero fue surgiendo entonces del interior de sus cabañas. Lo hacían con sonrisa en los labios y alegre esperanza en los corazones ante los inminentes festejos. Un inmenso Sol mostraba su cara incipiente y besaba con obstinación cuanto se ponía a su alcance. La noche, con sutil timidez, había ofrecido su relevo al día y Daarko intuía que nada era más importante que vivir en la rotunda conciencia de estas impresiones.
-¡Daarko, Krould anda buscándote! –le gritaron
-¡Bien, ahora bajo!
Corrió por la pendiente con la necesidad de esclarecer el malestar que le asediaba. Le fue fácil divisar a su amigo, con aspecto de preocupado, ante una enorme piedra,.
-Hola, Krould, ¿qué sucede?
-Salud, Daarko. Se trata de los ejercicios de arrastre de piedras: hay algo que me preocupa.
-¿El qué, que no haya forma de que nadie sea capaz de ganarte? –se le burló.
-No te rías, que no es esto. A mí me encantan estos ejercicios: arrastrar piedras cada vez más pesadas, entre dos señales trazadas en el suelo, para mí es bastante fácil. Lo que ocurre es que me parece absurdo el esfuerzo que realizamos cuando se trata de auténticos trabajos en las mismas condiciones. Alguna manera tiene que haber para simplificar las cosas. No sé cómo lograr una solución.
-Ya, comprendo. Me gusta tu preocupación por aligerar el esfuerzo. Sé que te importa más por los otros que no tienen tu fuerza. Quieres facilitarles las cosas a los bueyes –bromeó con picardía-. Pero no te preocupes que ellos pronto encontrarán una solución para que tu trabajo sea menos pesado.
-¡Burro!
Estas bromas eran lo corriente entre los dos amigos y su buen talante les ayudaba en muchas ocasiones a superar las dificultades de la vida diaria.
-¿Vas a invitar a Shieja para pasar estos días? Sería estupendo que quisiera aceptar. Tú, Riemah, Shieja y yo, lo pasaríamos muy bien, ¿no te parece?
-¡Claro que sería formidable! Veremos. Ahora a lo nuestro que hay mucho trabajo por hacer. ¡Hasta luego!
¿Cómo irá evolucionando la narración hacia los propósitos del título de esta entrada? ¿Qué tendrá que ver todo este asunto con la aritmética? No perdáis la paciencia, porque esto vamos a verlo más adelante.