TAN HUMANO COMO LO ES UN GORILA
Quiero explicaros una historia de esas que nadie cree, pero que son la verdad y nada más que la verdad. Se trata de una historia de tercera mano que, por ello, no deja de ser auténtica…
Antón Claes –por supuesto no se llamaba así, pero tampoco importa porque en estas fechas ya hace tiempo que murió– era el responsable directo de una explotación, allí en las tierras congoleñas controladas por su gobierno…
Antón se veía obligado a realizar un itinerario trazado por unas vías, que guiaban vagones accionados manualmente, en cuatro ocasiones diarias. Esta manera de trasladarse era efectiva porque permitía estar expuesto lo menos posible al supuesto ataque de las fieras en estado salvaje que merodeaban por los terrenos ocupados por el negocio… Además, el vagón podía ser cerrado, aumentando la seguridad del trayecto…
Está claro que, por más precauciones que se tengan, siempre hay un momento en el que las circunstancias obligan a bajar la guardia.
Aquel día, Antón Claes había tenido que permanecer más tiempo del calculado en el lugar donde tenía que supervisar las operaciones que estaban realizándose en plena selva, precisamente para ampliar la extensión del recorrido de las vías…
Los últimos tres vagones habían partido hacía una escasa media hora; solo quedaba un vagón para transportar al personal trabajador al final de la jornada y Antón no podía esperar cinco horas más inactivo en aquel lugar.
En aquellos momentos, si hubiese hablado con los ocupantes del último vagón que había salido de donde él se hallaba, les hubiese dicho que alguien volviese a recogerle: tampoco había demasiada distancia entre los dos campamentos, pero marcharon sin percatarse de que se quedaba allí…
LA GRAN DECISIÓN
Claes no dudó en que lo mejor sería que él se llevase el último vagón para regresar y, al llegar, de inmediato dar orden de que alguien lo llevase al lugar de trabajo… Aquí se dio esa circunstancia de la que os hablaba. Cuando Antón quiso utilizar el último vagón, fue imposible porque el eje de las ruedas traseras se había partido. No tenían las piezas necesarias para reemplazarlo.
La cuestión fue que se planteaba la imposibilidad utilizarlo al final de la jornada. Después de unas lógicas deliberaciones con el capataz del personal de trabajo, Antón decidió dirigirse a pie hasta el campamento principal. El capataz tenía sus dudas sobre lo prudente de la decisión, pero Antón era el jefe y los jefes…
Armado con un revolver con balas de 9mm al cinto, marchó decidido hacia el campamento base de la explotación.
A medida que se alejaba del lugar en que se manipulaban las máquinas de trabajo, notó cómo el estruendo de las mismas se iba aplacando paulatinamente por el concierto increíble de los sonidos propios de la jungla en la que se hallaba…
Lo que era de por sí francamente hermoso, al poco rato empezó a convertirse en una extraña inquietud. Se trataba de algo imperceptible, pero a Antón Claes empezó a pesarle el hecho de marchar solo… Para él, la selva no era algo desconocido, pero esa ruidosa soledad que le circundaba no le dejaba tranquilo… Incluso dudó si regresar a donde había partido, pero pudo más su amor propio que el sentido de elemental prudencia que debía haber tenido…
SE MANIFIESTA LA INSEGURIDAD
Aquel entrañable y desacompasado concierto de la jungla se le fue haciendo algo agobiante: silbar fue el recurso que se le ocurrió para sentir una cierta compañía en aquel desusado trance… Precisamente en aquel trance, ¿sería apropiado ponerse a silbar? Antón no creyó que tuviese demasiada trascendencia añadir un sonido más a la variedad de cantos que repicaban por todas partes…
Lo cierto es que en aquella densa espesura, solo rota por las líneas convergentes de las vías, como un cuchillo que hendiera la selva, la luz comenzaba a languidecer a pesar del claro que estás proporcionaban. Claes sabía que tampoco faltaba demasiado camino por recorrer, pero se lamentó de dos cosas: no haber cogido uno de los múltiples focos del lugar de trabajo y no haberse provisto de un rifle, por si acaso…
Es curioso percibir la rapidez con que se desvanecen los sonidos en la espesura, distanciándose como efecto de las aves que continúan recibiendo los beneficios de la luz del día… Al final, a Antón se le apagó el silbido entre los labios, algo secos por la tensión que iba acumulando sin apenas darse cuenta…
Tampoco falta tanto, se dijo Antón, es cuestión de no bajar el ritmo. Él sabía que los lugares que iba ocupando el hombre disuadían a los animales feroces a merodear por ellos pero, por desgracia, ya tenía experiencias de lo peligroso que podía resultar a pesar de todo…
Claes continuaba a buen ritmo por el margen derecho de la vía. No había querido caminar sobre las traviesas porque la separación entre ellas le obligaba a un paso que para él no era normal… Procuraba fijarse en el suelo para no tropezar y, de vez en cuando, miraba al frente como esperando divisar el final del camino, aunque supiese que no iba a aparecer por más que mirase…
El silencio que iba prosperando, roto aquí y allá por algún chillido histérico o periódicas llamadas al orden de algunas aves, no tranquilizaba el ánimo de Antón, cuyo deseo de llegar a su destino de una vez se intensificaba…
ENCUENTRO INSOSPECHADO
En una de las ocasiones que miró hacia delante, se extrañó que apareciese un individuo dirigiéndose hacia él por la propia vía. No era insólito el hecho porque podía estar lo suficientemente cerca del campamento como para que alguien estuviese circulando por allí. Al menos, eso quiso creer: en todo caso, el campamento estaba próximo, ¡genial!
Antón aceleró el paso de forma inconsciente con el deseo de poder distinguir de quién se trataba: el mono de trabajo negro que llevaba, no acababa de definir al que lo vestía…
Por fin, ya más cercano el individuo, Antón entornó los ojos para vislumbras mejor lo que creía ver como si fuese una alucinación: una alucinación que le lanzaba la imagen de un enorme gorila aproximándose…
No supo cómo reaccionar ante la conciencia de lo que ocurría… A esas alturas, correr le pareció absurdo; internarse en la selva con la esperanza de que el animal no le hubiese visto, más absurdo todavía…
Lo único que hizo de manera no del todo consciente fue aflojar el paso hasta convertirlo en el ritmo de un plácido e indiferente paseo por el parque de una ciudad…
La tensión llegó al máximo cuando Antón pudo distinguir, disimuladamente, manteniéndose en su aparente normalidad, la cara del imponente simio… No lo podréis creer, pero Claes percibió claramente la indiferencia del gorila, que no le dirigía ni una simple mirada, aunque solo fuese de curiosidad…
Ambos individuos, el hombre y el mono de aproximaron uno a otro por ambos márgenes de la vía, el uno por la derecha, el gorila por la izquierda… Antón tomó su revolver por la empuñadura con gestos pausados, sin llegar a sacar el arma…
DEFINITIVAMENTE HUMANO
La impresionante presencia del gorila a corta distancia imponía y fascinaba… Claes no podía definir lo que sentía, si admiración por el coloso o respetuoso temor, ambos sentimientos se apoderaron de su estómago, estrujándolo sin clemencia como a un guiñapo…
El simio continuaba en su obstinación de no mirarle… Al pasar junto a él, Claes solo intentó hacerlo de soslayo sin siquiera pestañear y tuvo la rara impresión de que el simio hacía lo propio…
Con el alma tensa, Antón pasó por el lado del gorila temiendo que se le arrojase encima y se asió con mayor firmeza a la incierta seguridad del revólver… Le sobrecogió el jadeo gutural de la respiración del animal, notó su olor, e incluso el calor que despedía su cuerpo… Ambos continuaron su marcha…
Pasado un rato prudencial –con la sensación de que en cualquier momento sentiría las zarpas del animal sobre él–, Antón fue apresurando el ritmo del paso hasta convertirlo en una auténtica carrera…
Sin dejar de correr, realizando una peligrosa contorsión, giró la cabeza para descubrir las intenciones del animal. Entonces vio desconcertado que el gorila se alejaba dando saltos a toda prisa…