LA DANZA DE LA NATURALEZA
LA DANZA DE LA NATURALEZA
Me hallaba enquistado en mis quebraderos, rebotando de pared a pared del cerebro.
A veces parece que no exista nada más que lo que a uno mismo le ocurre. Pero esto no es cierto, porque hay infinidad de gente y ‘quebraderos’ de todos los colores…
Una y otra vez, no hay más que observar a nuestro alrededor cuando paseamos por cualquier lugar.
La ocasión que arrastro hasta vosotros es muy simple: un día cualquiera, una mañana cualquiera, ocupado en cualquiera de mis fintas mentales, mientras había decidido echar un vistazo a la naturaleza, a ver qué pasaba…
Danzando mis pensamientos entre los acontecimientos de los quebraderos, me preguntaba el porqué teníamos que llegar siempre al mismo punto de encallamiento. Por qué los acontecimientos nos conducen siempre a un mar de aguas demasiado densas, viscosas, diría. Aguas que nos impiden bogar sencillamente sin tener que luchar para salvar la vida a cada pensamiento… Esto se hace agobiante, doloroso, impertinente incluso, por innecesario, por absurdo.
En realidad, podemos disponer de más libertades de las que los demás quieren concedernos, y tenemos más poder de acción del que nosotros nos reconocemos.
El don de sentir que somos, es solo nuestro. Pero, con frecuencia, nos enfrascamos en resolver cada cuestión que nos llega a las manos como si fuese la última de las cuestiones a las que tendremos que enfrentarnos. Ciertamente, esto es bueno en general, por aquello de la eficiencia, No obstante, deberíamos tomarnos nuestro tiempo para cada cuestión, sin mermar la eficiencia, pero sin faltar a la cordura…
A lo que iba. Displicente, pasé la mirada por el paisaje que tenía en frente… Algo distrajo la torpeza mental en la que me hallaba varado. Cuando encajé el motivo, la sonrisa ya tiraba de mi cara… Panoramas hay muchos, árboles hay muchos, pero como aquel preciso árbol, enclavado en aquel lugar, con sinceridad, no hay muchos.
Entonces recordé que los tallos del árbol de Pachira acuática, el que se conoce como el ‘árbol del dinero’, origina una extraña sensación de bienestar. Las cosas son así. Siempre me asombra la programación de la naturaleza. Y en el caso del Pachira, la sensación es lógica: el abrazo de sus múltiples troncos, acabando en un penacho de ramas repletas de hojas disputándose un lugar, se hace muy elocuente…
¿No conocéis este árbol?
Os invito a que lo hagáis…
Volviendo a mi sorpresa. Ya veis la imagen del inicio. Se trata de un almendro.
Por supuesto que hay muchos árboles cuyas flores nos arrebatan el corazón. Pero la fama del almendro –aparte de colocar sus frutos como dotados de infinidad de atributos benéficos para la belleza corporal y la salud− es especialmente notable por los ensueños que despierta: la belleza de un almendro en flor es incomparable, la paz en la que nos sumerge, el amor que nos evoca…
Os preguntaréis qué hacía especial a aquel almendro. Os lo digo: su danza.
Sí, podría ser un árbol no demasiado espectacular, pero danzaba… Su cuerpo me mostraba la milagrosa contorsión con que la propia Naturaleza lo había dotado…