RECORDAR O NO RECORDAR, ESTA ES LA CUESTIÓN
RECORDAR O NO RECORDAR, ESA ES LA CUESTIÓN
Hoy es la festividad de San Jorge. Pensando en las Georginas, los Jorges y las rosas, os ofrezco este artículo…
Parece muy clara la función de un calcetín, pero ahora pretendo hablar de la misión del calcetín y la ley.
Supongo que en el ancestro la gente no utilizaba calcetines. Era lógico. Había muchas cosas vitales de las que preocuparse. Además, ya les debió costar el saber cómo solucionar la incomodidad de ir descalzos.
No obstante, sucedió –y esto lo asocio a una capacidad creativa creciente–. Esa gente tuvo conciencia del machaque que representaba para sus pies el roce constante de las pieles de los zapatos. Los que, por fin, había ideado con tanto cariño y realizado con tanto esfuerzo.
Ignoro las fechas en las que pudo inventarse el primer calcetín. Pero con toda seguridad no sería precisamente en ese ancestro del que hablo. Los zapatos, sí; los calcetines, no…
Parece justo considerar que los iniciales zapatos serían mucho más agradables para un pie que los zapatos actuales. La piel vuelta de un antílope, pongamos por caso, debía ser todo un logro de la incipiente industria del calzado.
La cuestión es que, con la evolución de las actividades y de las costumbres, zapato de cuero y pie directo, no casaban como era de desear. La solución, un intermedio entre ambos que los protegiera a los dos.
Lo deseable entre el triunvirato zapato-calcetín-pie, es que cada uno cumpla su función.
Parece natural que el pie represente al ser humano, parece lo más natural.
El zapato, en principio, debe ser lo suficientemente holgado como para no asfixiar al pie que lo calza.
El calcetín cumplirá su función al ceñirse discretamente al pie permitiendo que este acabe de acomodarse al ya cacareado zapato.
Si este trío se mantiene, no habrá problema alguno… La Humanidad seguirá marchando, con sus zapatos y calcetines, más chula que un ocho…
Sí, esto es así, siempre que se respete lo que se tiene que respetar. Y enseguida lo vamos a ver.
Las leyes las instituyó el ser humano para lograr un cierto orden entre el desorden que él mismo fue capaz de llegar a crear…
Antes de continuar, debo hacer una aclaración que permita llevar a buen término la reflexión que sigue…
Quisiera equiparar de manera definitiva el citado pie a cada una de las personas que lo poseen de forma incuestionable.
Con el mismo propósito, asimilaré el zapato a las leyes que creó con esfuerzo el ser humano que las calza…
Por último, ante esta ristra de relaciones, compararé el calcetín a la vaselina. Esto permitirá que el zapato no ahogue o lacere al infortunado pie cuando la situación así lo requiera… Sería lo que permitiría que el zapato se acomodase al pie con el margen de tolerancia que lo humanizase…
Así las cosas, el zapato tiene que ser lo suficientemente holgado para que el pie pueda respirar: la ley debe tener un margen de interpretación para que el pie pueda notarse seguro dentro de su zapato y, además, sentirse libre…
Ante esa pequeña holgura del zapato-pie, el calcetín, permite al pie, no solo sentir una seguridad y libertad, sino que le crea una comodidad y confianza extremas en su simbiosis de vida…
Pues bien, en ciertas sociedades se logró mantener la armonía de este triunvirato comparativo, y esto fue beneficioso… Pero ocurre que en otras sociedades las funciones específicas de cada uno de los elementos del trío, se desvirtuaron…
El legislador va creando zapatos, lentamente y con esfuerzo para poder calzar a todos los pies de la manera más justa y necesaria…
Y el legislador tiene que preocuparse de que la función del calcetín exista. Y de que responda a los fines que se necesitan: rellenar la holgura imprescindible de las leyes sin mancillar al pie humano que las ha aceptado… En este punto, aparece una nueva metáfora del calcetín, una metáfora más humana que la de la vaselina: el diálogo. ¿Tal vez, esto condujo a la democracia…?
Es del todo inadmisible un lugar donde las leyes consistan en unas normas, creadas a toda prisa, como si se escapase un tren, que se amoldan a lo que al legislador le conviene para quién sabe qué fines partidistas. Se idea un delito y se crea una ley que se ajusta a él como anillo al dedo. De esta manera desaparece la misión del calcetín, el cual se convierte en un elemento opresor, sin otra meta que los fines del legislador.
Este legislador utiliza al calcetín como un ejecutor sin conciencia, que avasalla a los beneficiarios de los que idearon las leyes para el bienestar de la Humanidad. Un ejecutor que ahoga los pies hasta el extremo que al legislador le dé la gana…
Y, por supuesto, es menos admisible aún que, en ese lugar desvirtuado, el ejecutivo se calce las botas con esos calcetines –hechos a su medida por el legislador– para pisotear cuantos pies halle a su alcance. ¿No os parece?
Me remito a dos reflexiones que os pueden interesar:
Me asalta la mente una breve historia que quiero contaros sobre el histórico tortazo incomprensible..
Existía un patriarca-padre, que regentaba una considerable familia.
Por algún motivo, un día el gran padre propina un tortazo a uno de sus hijos. El muchacho –ya adulto en criterio–, se sorprende, primero, y se queja, después. La pregunta lógica y directa es un
–¿Por qué?
La respuesta inmediata, rezumando asombro por parte del patriarca, es un
–Porque soy tu patriarca oficial.
–Esto ya lo sé, pero lo que también quiero saber es el porqué de tu tortazo, poderoso padre.
–Porque sí y no hay más que hablar.
En infinidad de ocasiones el tocado hijo –tocado en el más estricto sentido de la palabra– intentó aclarar los motivos que tuvo su protector oficial para propinarle el tortazo que hizo historia en su vida.
Las sucesivas respuestas del imperturbable e inflexible progenitor a las interpelaciones de su retoño, fueron: Ahora no vas con los amigos; Te suprimo la paga; No te dirijas a mí en esos términos; No sales de casa; Ni te escucho; Es un caso cerrado, etcétera. Esta situación se repitió hasta que el perplejo hijo manifestó a su padre que, dada las circunstancias de incomprensión y falta de diálogo, tenía intención de abandonar su casa.
Llegado a este punto, el patriarca, con la serenidad que le caracterizaba, propinó al entristecido hijo unos cuantos cachetes más. El hijo volvió a solicitar, a su señor padre, de la manera más oficial y respetuosa posible, que le explicase los porqués de todos y cada uno de los tortazos. El amantísimo y preservador padre continuó infringiendo represiones varias al hijo por su impertinente proceder, y, por más que el aporreado preguntase, no llegó a obtener ni una cochina respuesta por parte del amante prócer…, salvo la frase lapidaria:
–Tú no vas a romper la unidad de esta familia y punto… Como intentes algo así montaré en cólera; ni lo menciones…
Os pregunto si consideráis extraño que ese hijo tomase la decisión de emanciparse de la gran familia del padre que lo parió.
Por supuesto que, después de tanto deseo de diálogo racional, al hijo no le quedó otro remedio que manifestarse definitivamente:
–¿Todavía más? Esta vez no te pregunto ningún porqué, puesto que me importa un auténtico bledo lo que me dices. He intentado ser un buen hijo entre los hijos que ni chistan cuando tú hablas, mandas y ordenas…, pero todo tiene un límite: a partir de ahora, mi misión es desgajarme de tu injustificada tiranía…
–No dudes de que emplearé todo mi poder para que no te esfumes de mis dominios…
–Padre, tienes que tener muy claro que, me esfume o no, como hijo, ya me has perdido…
…Lo que se dice… un final feliz.
Antes de la Natividad del 2017, escribí esta
Se hace difícil avanzar por lo que uno desea desde lo más profundo cuando el aliento pierde su ritmo natural. Las cosas no siempre ocurren como se desean ni siquiera como se las imagina…
Pero la vida avanza y hay que encontrar la brecha por donde colarse para asumir la parte que nos corresponde: lo fundamental es seguir construyendo ese no se sabe qué, que llamamos el ser.
Ahora, quizá por aquello de los tiempos de amor y concordia que se nos abalanzan, hago un esfuerzo echando mano de pedazos de una cierta tristeza que me embargó el alma hace años. No sé el porqué de aquella inquietud y de aquel momento, pero válgame ahora para salir de las cadenas de este momento y continuar expresando y continuar viviendo en una cierta cordura…
No os extrañe: no siempre se hacen inteligibles las palabras cuando no se tienen claros los motivos que las incitaron, pero tengo por cierto que fueron la libertad, la amistad y un cierto temor al amor que iba manifestándose…
Por todo ello, cojo retazos de memoria de aquel entonces, los uno y construyo:
Arropado en el silencio, solo,
entre mareas de pensamientos
que intentan invadirlo todo…
Los rechazo como extraños,
los acepto como propios:
no sé cuáles son los más ciertos.
En una mediocre libertad, sesgada,
me invade la soledad, me vierto en el vacío,
la mente parece zozobrar braceando…
La campana de la Iglesia empieza a tañer
una canción muy antigua, casi vieja,
que habla de recuerdos de ancestro.
Recuerdos que no pudimos conocer,
pero que sin duda invaden el espíritu
como si fuesen auténticas vivencias.
El cántico se hace amoroso, intenso,
y barniza el alma de nuevas esperanzas,
de sensaciones que incitan a no desfallecer…
El bronce, en este instante, canta para mí
con palabras que acarician mis incertidumbres,
trocándolas en blandas, absurdas, vanas…
No sé qué hay tras él, pero el muro se derrumba
con el repiqueteo de cada nota, repetidamente distinta,
disgregando su límite hasta convertirlo en nada…
Salgo levitando arrastrado por el elocuente flujo
que emana de la entrañable campana,
y siento que la vida está ahí… esperando mis ganas…
En la relación de la Humanidad con lo espiritual, partimos de un principio básico indiscutible. Según proclaman filósofos, líderes y sabios de todas las religiones: el ser humano no puede comprender la esencia de los dioses. O sea, el ser humano no puede entender lo que son los dioses… No soy yo que lo digo. Entonces, por qué esa obcecación de querer demostrar lo indemostrable
Es curioso y a veces creo que hasta cómico.
Nos emperramos en querer entender lo incomprensible…, pero no cualquier persona, sino filósofos y sacerdotes, por ejemplo. Se empeñan en transmitir un mensaje –que intrínsecamente sería benéfico– de algo impalpable e, incluso, podría ser inexistente. Se empeñan en demostrar lo que ellos mismos dicen –y llevan milenios diciendo–, que la cuestión de los dioses es ininteligible para el ser humano: que no es posible razonar a los dioses.
En los seminarios teológicos, se debaten estos argumentos…
Y no pensamos en otro Dios más que en el que nos enseñaron…
En lo tocante a esta materia, los irracionales nos llevan larga ventaja. Ellos sencillamente viven, sirviéndose de cuantos mecanismos les ha dotado su existencia irracionalidad, de todo cuanto el instinto les pone a su alcance.
La verdad, nunca he sido tigre, camello o pájaro y, por ello, no tengo experiencia de sus sentires abstractos. No sé realmente qué tipo de etéreo poso les embarga. Me gustaría saberlo, ciertamente, pero no lo sé…
Todos, sí comprendemos eso del cacareado instinto: el instinto sigue un camino necesario para poder sobrevivir. El instinto, así, es obligado…, porque el instinto no es, ni mucho menos, libre albedrío. Que este también es un concepto aprendido, que justifica la no interferencia de los dioses en la abominable actuación de los hombres. Por ello los animales ‘irracionales’ no son ni buenos ni malos, son simplemente animales y punto…
Hay muchos planteamientos y frases que son impalpables, como lo son los pensamientos que no se expresan. No por ello no existen, pues en nuestras mentes podemos tenerlos definitivamente elaborados. Y con las cuestiones de los dioses ocurre lo mismo: no por inmateriales tienen que ser necesariamente inexistentes. Y, aún más desconcertante: tenemos un poso metafísico que no podemos negar y del que no sabemos, queremos o podemos prescindir…
Tal vez sea necesario ese poso para tener un asidero interior que nos libere del temor que nos asola en ocasiones, el temor del más allá. Que además nos dé una dimensión humana por encima del existencialismo. Aunque este existencialismo conlleve un intento –muy humano– de desgajar la existencia del hombre de su esencia. Tal vez, intentando cortar de cuajo ese aparente absurdo de hurgar en la esencia de los dioses incomprensibles para el hombre–…
Y me cuestiono sinceramente si seríamos peores de lo que ahora somos si dejáramos de intentar dilucidar quiénes son los dioses…
¿Seremos peores por dejar de pensar lo que los dioses quieren de nosotros? y atender lo que los seres humanos nos reclaman a diario a cada uno de nosotros –o nosotros reclamamos a cada uno de ellos-, puesto que esto lo realizaríamos como una encrucijada en la que a cada momento tenemos que ejercer nuestro libre albedrío para ser ‘buenos o malos’? ¿Seríamos peores?
Si tengo que ser sincero, mi impresión es que el ser humano no puede obrar peor de lo que ahora obra. No todos, claro. Pero los que tienen en cuenta a los otros seres humanos, ¿lo hacen por los dioses o por esos seres humanos a los que tienen en cuenta?
¿Por qué?, ¿por qué tenemos que empecinarnos en querer razonar a los dioses…? Tal vez porque una parte fundamental de los dioses la llevamos dentro, somos como dioses vivientes que desean comprender y ser comprendidos…
Tanto esfuerzo para entender lo incomprensible. Me temo que tenga algo que ver con pretender dominar lo irrazonable para el ser humano. Y quién sabe para qué… ¿O sí lo saben?
A veces pienso si los otros animales siguen más a los dioses con el instinto con que han sido dotados. Instinto que los racionales hemos perdido desbancado por la razón. Razón que nosotros hemos empleado para someter de la forma más inhumana posible a los demás, sean racionales o irracionales…
Esos dioses –tal vez existentes más allá de nosotros mismos, más allá de nuestro interior– sí esperan algo de nosotros. Y esto ¿no será más que lo que es propio ser humano comprende de sí mismo: más satisfactoria convivencia, más amor y menos poder y deseo de exterminio?
Ya sé, ya sé: si no hay palo, nadie obedece para obrar mejor…
Lo único que digo es que el palo podría suplirse por una nueva y buena visión de la educación. No solo cuenta educarse para continuar este mundo de incomprensión humana, seguir los mismos conocimientos y las mismas pautas. No basta formarnos para lo mismo: competencia descarnada, diferencias abismales de clases –sociales, económicas y anímicas–, poder y más poder…
Poder sí. El poder de los elegidos para propiciar la buena convivencia de las gentes.
Las leyes, por desgracia, son el palo que muchos necesitan…, pero no todos…
NUNCA he entendido que ‘el desconocimiento de la ley no exima de su cumplimiento’. Esto lo encuentro injusto de base, porque los poderosos deben esforzarse para que no haya nadie que desconozca la ley y muchas otras cosas. Ya que tiene que haber el palo de la ley para algunos –demasiados–, que no se aplique con el desconocimiento, que propiciaron aquellos que la hacen cumplir…
De acuerdo, hay gente que fingiría –de manera muy estudiada y respaldada– el desconocimiento de las leyes que deberían aplicarle para que enmienden su manera de actuar. Buenos, pues a esos, doble palo.
Alguien objetará que me meto en el terreno de los dioses. Que no sabemos quiénes son y lo que ellos esperan de la Naturaleza que representa que crearon… Pues…, eso. Mejor buena voluntad, más sencilla convivencia, más amor de los unos hacia los otros. Menos poder interesado, menos irracional e inhumana perversidad… y no será necesario ni tanto razonar ni tanto palo…
La llama de la espiritualidad es inherente al ser humano, como lo es la facultad del habla, con todo lo que ella comporta. Esta es precisamente la cuestión. ¿Qué demontres representa esa llama y quién la colocó ahí, mostrándonos paraísos o mordiendo nuestra naturaleza? ¿Quién nos obliga a obrar correctamente… a través de nuestro libre albedrío.
Y… vuelta a empezar con las obcecaciones… Mejor lo dejamos…
Ya sé que la vida funciona a base de saber qué se debe hacer para marchar e ir construyendo… Pero mucha gente lo había logrado en cualquier parte del mundo, lo había logrado… Y, entonces, vienen los poderosos, los encargados, los responsables del bienestar de la gente de sus naciones y… organizan guerras que destruyen… y matan las conciencias y la vida…
Sí, ¿qué es lo que sucede?; ¿esto cómo se come…?
Por supuesto, lo de siempre, el terrible concepto de ‘en nombre de los dioses…; en nombre de los dioses… pero por los intereses de todo tipo que hay detrás, que engañan, que desorientan, que frenan, que… matan.
Hay gentes mejores que yo, que no tienen oportunidades de ninguna clase, que no sea para ni siquiera sobrevivir entre este mundo del poder… Y esa gente aún cree en sus dirigentes…
Sinceramente, ¿qué vamos a hacer…? Y, todavía peor, ¿qué puedo hacer yo para ayudar a que esto cambie?
No sé si compadecerme de los hombres que son capaces de matar de la forma más cruel que se puede concebir; no sé si merecen disculpa por ser unos mandados o compasión por que sean capaces de obedecer.
Pero, en todo caso, no soy capaz de tragar el que lo hagan invocando la negación de la bondad divina, cuando una de las leyes más naturales entre los hombres es convivir con el sentido natural de la bondad entre todos nosotros, por encima de razas, clases y credos.
Yo tengo ganas de vivir y dormir en paz sabiendo que hay mucha gente mejor que yo, que hay gente de buena voluntad que piensa, se ilusiona, tiene hijos en la esperanza del futuro. Tengo necesidad de descansar sin zambullirme en la desolación del fracaso de la humanidad…
Y, encima, sé que la desolación no representa un freno automático, sino un auténtico freno de mano, que solo uno puede controlar… para no frenar su vida y caer en el absurdo… ¿Pero qué hacer…? ¿Lo sabes tú? Pues dínoslo porque, sin duda, nos ayudarás a todos…
Cuando se plantean cuestiones sobre la gente mayor, no sé exactamente el porqué, aparece un cohete mental que estalla en una sola palabra: jubilación. Y esto me incita a una reflexión sobre las personas mayores…
Sí, es como una fijación acumulada durante arduos años de trabajo. Es como el efecto final que causa el esperanzado esfuerzo del trabajo: dejar de trabajar.
No para todos ni en todos los lugares esto es así… Hay que tenerlo en cuenta.
En todo caso, la fijación de la que hablo tal vez se deba a no estar gozando demasiado de la dilatada etapa de la labor remunerada: para uno que disfrute de su trabajo, cientos simplemente lo soportan, soportan su trabajo y sus aledaños los jefes y la falta de rendimiento económico…
Pero no todo gira alrededor de este peculiar efecto de la labor del humano. No nos despistemos:
Cuando digo esto, pienso en ‘las madres de familia’ –como se las ha dado en llamar– .Y recuerdo la situación que se les plantea cuando los hijos van cobrando una independencia –asunto largo por excelencia–. Cuando esto ocurre, también ocurre que muchas madres se suman en el desconcierto de lo que no se esperaban. Se trata de una especie de jubilación, jubilación de ‘madre de familia’…
El asunto no es una broma: les llega la jubilación a una edad que no se corresponde con el clásico retiro. Y sienten más que nadie que se trata de… una exclusión.
Ellas –las madres jubiladas por ‘sorpresa’– podrían hablar ya de los sentimientos que embargan a la gente mayor –.‘gente mayor’, con sumo respeto–. No es del todo lógico, pero ocurre…
Y estas situaciones se dan porque la constante lucha diaria no les permite ir construyendo un futuro que llega irremisiblemente. Y cuando esos hijos campan por sus respetos, cuando se les echa encima todo el tiempo que antes no tenían, ni se lo creen…
A pesar de ello, todo hay que decirlo, hay madres jubiladas de hijos que saben reestructurar sus vidas sin grandes problemas –dentro del problema–. Y abordan, o retoman, aquellos asuntos que hasta entonces no pudieron. Y, como cigüeñas decididas, se lanzan a los nidos de academias informáticas, cursos de fotografía, o de costura, de escritura, de trabajos manuales de alto nivel. Incluso, se dirigen a los abrigos de las aulas universitarias, que también las hay entre esas madres…
Quería mencionar este inmenso colectivo de ‘madres de familia’ porque existe de manera ineludible, imprescindible y deseable.
Por ello decía que los asuntos de la edad son relativos… Puesto que otra cuestión es lo de la jubilación laboral, a edad de jubilación… normal. Que si de una jubilación anticipada se trata, el asunto habría que remitirlo al caso anterior–.
Hablemos de la jubilación… normal: la de la gente mayor, diríamos…
Esta situación es similar a la otra –la jubilación de madre de familia–, pero con la aplastante diferencia de ‘verla venir’…
A pesar de todo, se origina el desconcierto porque hay personas –no me refiero a toda la gente, faltaba más– que no han leído un libro en su vida. O tampoco una revista y, por supuesto, ni la letra pequeña de los contratos de lo que han ido contratando… No han tenido aficiones, no les gusta especialmente la música ni el cine ni casi nada…
Cada circunstancia es cada circunstancia, pero el tiempo pasa, la jubilación llega y aquello que no se ha hecho se nos lanza al cuerpo –a veces maltrecho– con ansias de tocarnos las narices psicológicas…, prescindiendo de las circunstancias que hayamos tenido…
Personalmente, tuve la suerte de la posibilidad de una formación universitaria, me gustó leer, escuchar música, el cine, el teatro. También tuve hijos –cuyo cuidado compartí activamente– y un largo etcétera. Tuve y tengo una envidiable salud –habiendo capeado alguna dolencia de manera algo espartana–.
Y tendréis razón… Pero todo esto os lo cuento porque, deseada o no, siempre llega la impertinente jubilación. A veces, más desplazada de lo normal, pero siempre llega. Y lo hace como el día o la noche: sin estridencias, pero sin escapatoria posible…
¡Este es el momento!, este es el momento de hacer cuanto no se pudo realizar antes .
Si es necesario, hay que hacer memoria para reavivar la pasión que todos hemos tenido en la vida. Hablo de aficiones, tendencias, ilusiones incluso…
Todos hemos creído, jugado, ideado, soñado… Este debe ser el foco. Y hay que rechazar enérgicamente el sentimiento de no ser útil… O la impresión de que ya no se puede, la falacia de que no nos importa lo de los demás o la aprensión de que no le importamos a nadie…
Si se aferra, no con ambas manos, sino con todo el cuerpo, la mente y el espíritu ilusionado, aquello que más queremos realizar –muchas veces lo que no hemos podido realizar–, no cabe duda de que la vida nos permitirá un camino diferente, porque, sobre todo, será el camino que ahora elijamos…