El pulso del universo

EL PULSO DEL UNIVERSO

 

Rastreando lo que es o pudo ser el pulso del Universo, percibo el primer latido del «Inmenso» cuando nació a la insólita vida palpable… Latido tan descomunal como el propio ente que nacía…
Esta pulsación se instaló en todas y cada una de sus criaturas. Desde entonces, el Universo no ha dejado de latir

La que llamamos Naturaleza, entre otras singularidades, ha sido fiel a este mandato definitivo… ¿Imposición?, ¿automatismo? ¡Qué más da…! Lo cierto es que todas las criaturas del Cosmos, siguiendo esa facultad, han podido evolucionar, mediante un escalado de perfección, hasta donde han llegado, hecho indiscutible para todos…

A partir de aquella explosión de vida, las leyes que trajo bajo el brazo –leyes manidas hasta la saciedad– se encargaron de mantener el ‘pulso del origen’. Lo que sucedió luego con lo que llamamos evolución fue otro singular e increíble evento: otro género animal se instaló en la mesa de juego para intervenir en la partida más singular y destructiva de la Tierra. Este nuevo ente, extraordinario por sus capacidades, vino a cambiarlo todos sin remisión.

¡Claro que me refiero al ser humano…!

Ya sabemos –o creemos saber– cuál es la singularidad del humano: el poder pensar, elucubrar, discernir, decidir, embrollarlo todo… Lo que no pudo cambiar ese ser diferente es su latido, el latido que recibió como herencia del Universo y que le mantiene vivo… en lo físico, para continuar con su pensar, elucubrar, discernir y decidir embrollarlo todo…

ACLARANDO EL PULSO DEL UNIVERSO

No penséis que soy un derrotista, no, por favor… Lo que ocurre es que duele sentir cómo el humano que recibió el don más preciado −por encima del ‘automatismo programado’ de la Naturaleza−, como es el don de pensar, se dedique a recrear la Creación de manera incesante, olvidando o −mucho peor− prescindiendo de los dones que también recibió esa Naturaleza para el bien de todos… Duele que ese humano haya desvirtuado las cosas hasta el extremo de sentirse, no solo dueño, amo y señor de la Naturaleza, sino… su creador… Y, por ello, juegue constantemente a someterla como su dueño −su tirano, yo diría− e intente recrearla −enmendarla, mejor dicho− sin ningún sentido…

Quizá, y no tengo por qué ponerlo en duda, todo esto sea parte de esas leyes de vida del primer inmenso latido de la Creación, pero creo que los dones hay que saber administrarlos de la mejor forma posible y más si se trata del don que permite gobernar… pensando, discerniendo, sin llegar a destruir…

Ahora me dirijo como una flecha a un pequeño concepto que lanzo sobre el mundo moderno en el que vivimos: me refiero a cómo se ha desvirtuado el concepto de vocación… Millones de conocimientos, millones de personas, millones de dudas, millones de laboreos…; pero cada cual debiera dedicarse a aquello para lo que ha sido llamado… Cada uno de los humanos debiera dedicarse a escuchar, para oír aquello con lo que más ha sido dotado, lo que más identidad le proporciona…, aquello que mejor le permita cooperar para la buena marcha de aquel origen. Es la manera de latir al compás del Universo sin morir en el intento…

EN RESUMEN

Para explicarme como quiero, si os encontráis a las puertas de lo que teméis –o, por desgracia, de lo que otros temen−, asustados y dubitativos sobre si lo que hay al otro lado es lo que más os conviene, no os compliquéis tanto y sirva lo que digo como ejemplo:

“Cuando os planteéis cuál es el sinónimo de una cierta palabra o el símil de un concepto u os asalte una metáfora; si los adjetivos os inundan la mente deseando modelar lo que dice un sustantivo, los adverbios acuden a vuestro pensamiento para enriquecer las acciones de los verbos y os sorprendéis buscando la frase más correcta para expresar el preciado y exclusivo don de un pensamiento. Cuando ocurra todo o algo de esto, o, quizá, mucho más: no hay que pensar el para qué, ni si tiene sentido o si conseguiréis algún fruto práctico con ello… Simple, sincera y honradamente, deberíais latir escribiendo para poder respirar el Mundo y… vivir al hacerlo…”.